martes, 13 de enero de 2009

SEÑOR

Señor,
estoy a su servicio.
Perdone,
por sacarle de quicio.
Tuve yo la culpa
de nacer en este sitio.
Sé de sobra
que destino me espera
y que antes del verano
no vendrá la primavera.
Son de verdad
estas esposas heladas.
Es la seguridad
que se enfrenta
a mi raza olvidada.
Seguridad,
a la que no le gusta
el color de mi cara.
Señor,
estoy a su servicio.
Perdone,
por sacarle de quicio,
por haber elegido
la patera a los aviones,
por ir vestido
con la ropa hecha jirones,
por quedarme dormido,
por querer seguir vivo.
Mis zapatos usados indagaron
los rincones de esta ciudad,
se mostraron conformes
con la cruda realidad,
aprendieron a evadirse
de las miradas de odio de algunos,
mientras yo,
aletargado,
vivo refugiado en mi escudo.

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